El Asalto al cuartel de Santa Clara
Así fueron las 24 horas de la crucial toma de la sede de la Guardia de Asalto en Oviedo al inicio de la Guerra Civil y las consecuencias para sus protagonistas

Fachada principal del cuartel de Santa Clara, con varios guardias a la puerta del establecimiento / Fotografía de Adolfo Armán, Archivo Municipal de Oviedo
Alberto Álvarez Rodríguez
El 19 de julio de 1936, domingo, una vez habían abandonado la ciudad las columnas de milicianos trasladadas a Madrid, Oviedo se despertaba con aparente normalidad, no percibiéndose un excesivo alarmismo entre los ciudadanos ante los sucesos que contaba la radio, acostumbrados tal vez a los continuos altercados que durante los últimos meses habían sacudido la capital asturiana y en el resto del país. No obstante, las autoridades políticas y militares vivían durante aquellas horas una tensa calma, pendientes de las noticias que a cuentagotas iban llegando al Gobierno Civil.
A media mañana, Antonio Aranda Mata, comandante militar de Asturias, es requerido en el mismo por Isidro Liarte Lausín, quien se encuentra acompañado de los líderes regionales del Frente Popular. El gobernador le comunica que ha recibido instrucciones del Gobierno de la nación para que se entreguen armas al pueblo, ante lo que el coronel, como harían otros muchos mandos militares durante aquellas confusas horas, intenta ganar tiempo, pidiendo en un principio hablar con el ministro y posteriormente recibir la orden por escrito.
El telegrama con dicha orden llegaría poco más tarde a la comandancia, ubicada en la calle Toreno, aprovechando Aranda para ausentarse con el pretexto de tener que informar a sus subordinados. Ya en su despacho, a eso de las cuatro, el máximo mando militar de la provincia decide sumarse de forma definitiva a la rebelión, trasladándose seguidamente al cuartel de Pelayo, sede del Regimiento de Infantería.

Gerardo Caballero posa ante la puerta del Gobierno Civil durante el transcurso de la guerra. Lleva puesto el uniforme de Asalto, manteniendo aún en la gorra el escudo republicano (fotografía de Florentino López, Museo del Pueblo de Asturias) / .
Los acontecimientos se desarrollan entonces vertiginosamente y, aunque la mayoría de los mandos militares son propensos a la sublevación, Aranda tiene el problema de las fuerzas de Asalto, unidades altamente preparadas que tras los disturbios de mayo en las verbenas de Santa Rita estaban dirigidas por oficiales leales al Gobierno.
Para resolverlo decide recurrir a su antiguo comandante, Gerardo Caballero Olabezar, el cual, involucrado al parecer en la trama que desembocó en el golpe de Estado, había intentado contactar con el coronel en varias ocasiones durante las horas previas, no accediendo éste a verle.
Caballero, en situación de disponible forzoso en Zaragoza, llevaba unos días en la ciudad, donde aún permanecía su familia, ocultándose durante la tarde del sábado ante la ola de detenciones que se estaban produciendo de elementos derechistas. Conocido su escondite, un sótano de la calle Marqués de Teverga, por varios de los oficiales presentes, se traslada al lugar un vehículo que lo conduce a presencia de Aranda, quien le encomienda la misión de tomar el cuartel de Santa Clara valiéndose de su ascendiente sobre los guardias.

Alfonso Ros Hernández, comandante al mando del 10.º Grupo de Asalto al iniciarse la sublevación militar / .
En Oviedo formaban la guarnición por aquellos tiempos tres compañías de Asalto, a cuyo frente se encontraban sendos capitanes: la 18ª, comandada por Saturnino Curiel Carrasco; la 42ª, con Juan Montiel Sánchez; y la 10ª de Especialidades, dirigida por Cristino González Urrutia. El mando superior de éstas, y del 10º Grupo al completo, correspondía al comandante Alfonso Ros Hernández, que había sido apremiado a incorporarse a la unidad tras los mencionados sucesos de la Corrada del Obispo.
La mayoría de sus componentes, salvo los que ya disfrutaban del permiso veraniego, habían sido distribuidos por los puntos estratégicos de la localidad, portando ametralladoras y morteros, ocupándose el capitán Curiel y sus hombres de prestar seguridad en el Gobierno Civil. El resto se encontraba en el acuartelamiento, donde a media tarde de aquel domingo de julio el comandante Ros intentaba repartir, según las órdenes recibidas, el escaso medio centenar de fusiles que se había podido conseguir para las milicias. La llegada de estos milicianos había causado malestar entre muchos de los guardias, quienes debieron ser formados en las compañías y aleccionados por sus oficiales.
Desde el cuartel de Pelayo, Gerardo Caballero, al frente de una sección de guardias civiles, se dirige hacia Santa Clara con dos camionetas, una de ellas comandada por el antiguo teniente de Asalto Joaquín Rodríguez Cabezas, atravesando el centro de la capital asturiana por itinerarios distintos hasta llegar ante la fachada suroeste del acuartelamiento, en la parte trasera del teatro Campoamor.
Custodiando aquella zona se encontraba un pelotón de la 42ª compañía, el cual se puso a las órdenes de su anterior comandante, introduciéndose la fuerza en el edificio a través de la puerta del Centro de Movilización y Reserva. Son aproximadamente las seis y media de la tarde cuando guardias civiles y de Asalto se van desplegando por las galerías más altas, desde donde dominan un patio atestado de milicianos en espera de recibir armas.
Asomado a una ventana, Caballero efectúa varios disparos al aire con su pistola, acción que secundan sus hombres, produciéndose una gran desbandada que el militar sublevado aprovecha para descender al citado patio. En uno de los pasillos de la planta baja se topa con un cabo y dos guardias, quienes inmediatamente se ponen de su lado, siguiéndole, encontrándose instantes más tarde con el capitán Montiel y el teniente José Pérez Puerto, que acompañados por varios paisanos intentan buscar refugio.
Los dos oficiales forcejean con Caballero, sonando entonces un disparo que atraviesa la guerrera de éste, el cual vestía uniforme de Infantería, hiriéndole levemente. Ante esta situación, los guardias que lo acompañan hacen también fuego con el mosquetón, cayendo mortalmente herido Pérez Puerto, que fallecería en el hospital al día siguiente, huyendo Montiel hacía los locales de su compañía.
Mientras tanto, el comandante Ros, que se encontraba en el patio cuando comenzó el tiroteo, corre a introducirse en el cercano cuarto del Repuesto, un amplio local donde se almacenan armas, munición y otros materiales del Grupo, y que está situado a la izquierda del edificio una vez se atraviesa la puerta principal.
Con él se refugian alrededor de cincuenta individuos, entre ellos el guardia Francisco García Álvarez, al que apodan "El Negus", quedando atrapado asimismo el también guardia Luciano Casas de la Fuente, de 30 años, sorprendido por los hechos en el interior. Dicho Repuesto consta de una puerta principal, que queda entreabierta, y varias habitaciones, ordenando Alfonso Ros emplazar colchones y otros objetos a modo de parapeto, tanto en el pasillo como en las ventanas, colocándose él mismo, experto tirador, provisto de un fusil para proteger la entrada.
Por otra parte, grupos de milicianos han buscado cobijo en otros habitáculos del cuartel, como la carbonera y retretes, siendo detenidos posteriormente, aunque la mayoría han logrado salir de Santa Clara ante la permisividad de la fuerza rebelde, que no tiene capacidad para retenerlos.
Los atrincherados en el Repuesto mantendrán inicialmente un nutrido tiroteo con sus sitiadores, en el que perdería la vida el guardia de Asalto José Antonio Fernández Fonseca, natural de Sama, que había intentado acercarse a la puerta. Posteriormente, una vez establecidas definitivamente las posiciones, resistirán en el lugar hasta la mañana siguiente.
En estos momentos la historia nos lleva de nuevo al capitán Montiel, que había emprendido el camino de su compañía, la 42ª, tras enfrentarse a Caballero. Juan Montiel Sánchez tenía 45 años al comenzar la guerra y era natural de Mancha Real, en Jaén, habiéndose incorporado al 10º Grupo de Asalto el 24 de junio, donde contaba con el aprecio de sus subordinados.
Una vez en el local de la compañía, desconcertado aún por lo sucedido en el patio, mandó llamar a un sargento para preguntar qué había pasado y dónde estaban los oficiales, a lo que éste respondió que la fuerza se había puesto del lado del Ejército y el comandante Ros resistía en el Repuesto, aconsejándole igualmente que se entregara.
Sintiéndose traicionado, Montiel se negó en reiteradas ocasiones a tal extremo, permaneciendo atrincherado más de una hora, cediendo finalmente ante la llegada del comandante Martín Uzquiano, jefe del Centro de Movilización y Reserva, que lo desarmó y encerró en su despacho. Posteriormente sería trasladado a presencia de Aranda, quien le solicitó su adhesión al movimiento, contestando el capitán que sólo recibía órdenes procedentes del Gobierno de la República.
Montiel iba a ser confinado en una habitación del cuartel de Pelayo, en cuyas dependencias estaba ya retenido otro oficial de Asalto, el teniente Antonio Hernández Ribes, de la 10ª compañía de Especialidades, incorporado de urgencia hacía apenas dos días a la misma. Al perpetrarse el ataque a Santa Clara, Ribes, de 31 años, se encontraba al frente de un pelotón en la calle Jovellanos, custodiando los cruces con Martínez Vigil y Gascona, desconociendo por tanto lo sucedido cuando apareció en el lugar una camioneta en la que Gerardo Caballero se dirigía a informar a Aranda. Sin reparar en él, Caballero comunica a los guardias que ha tomado el mando, ordena que replieguen al cuartel, percatándose posteriormente de la presencia del oficial, al que invita a sumarse a la rebelión, momento en el que Ribes trata de sacar su pistola y es reducido por los acompañantes del comandante.
Tras la toma de Santa Clara, las fuerzas de Asalto diseminadas por la ciudad se van reintegrando poco a poco a sus dependencias, aunque una de las compañías aún no ha tomado partido por los sublevados. Hablamos de la 18ª, que al mando del capitán Curiel presta servicio en el Gobierno Civil, un moderno edificio que había sido inaugurado en la primavera de 1935 y contaba con departamentos para guardias de Asalto y Seguridad, además de ser la sede de Investigación y Vigilancia, a cuyo frente se encontraba el comisario Arcadio Cano de la Herranz.
Al conocerse la noticia de la sublevación de Aranda los dirigentes de izquierdas intentan abandonar la ciudad, dejando prácticamente sólo a Isidro Liarte Lausín, a quien el coronel exige telefónicamente en varias ocasiones la rendición. El gobernador plantea a Saturnino Curiel organizar la defensa, pero el capitán de Asalto, comprobada la nula predisposición de sus hombres, completamente opuestos a cualquier enfrentamiento con sus compañeros, le hace desistir.
Posteriormente, ante la llegada al lugar del comandante Caballero, Liarte decide entregarse, manteniendo en todo momento la dignidad y recalcando lo forzoso de su destitución. Este político aragonés sería condenado a muerte unos meses más tarde en consejo de guerra, falleciendo el 23 de diciembre de 1936 fusilado en el patio de la cárcel de Oviedo.
Al caer la noche del 19 de julio la capital de Asturias se encuentra en poder de los sublevados, pero aún quedan resistentes en Santa Clara. Durante el encierro, en la oscuridad que domina el cuarto del Repuesto, algunos plantean su intención de entregarse, pero el comandante Ros, consciente del final que les espera, lo evita bajo amenazas, siendo ayudado por el miliciano Nicanor de la Fuente, que parece ejercer el mando entre los paisanos. En la mañana, tras producirse algunos disparos aislados, los atrincherados escuchan música por las calles, la de la banda que acompaña a una compañía de Infantería que al mando del capitán Pedro Bruzo se dispone a leer el edicto de declaración de guerra. Son aproximadamente las diez, y aquel medio centenar de hombres decide rendirse.
Hasta aquí nuestra historia se ha nutrido en gran parte de las declaraciones que acusados y testigos emitieron en los diversos consejos de guerra que se formaron por estos sucesos, testimonios que siempre hay que analizar con cautela, intentando separar la realidad de aquello que se dice con el fin de salvar la vida. Para lo sucedido en Santa Clara la mañana del 20 de julio, además de lo contado en dichos sumarios, tomaremos como referencia lo que un redactor de "La Voz de Asturias" apreció en el lugar instantes después de producirse los hechos, crónica (publicada el 4 de agosto, fecha en que volvió a editarse el diario) en la que parece predominar su visión de periodista antes que la parcialidad impuesta por la guerra. De esta manera podemos discernir que, casi a la misma hora de ser fijado el bando en la esquina de la calle Uría con la plaza de la Escandalera, donde se habían congregado gran cantidad de personas, se escuchó un tiroteo en Santa Clara que duró unos segundos, corriendo hasta allí muchos de los presentes, entre ellos nuestro hombre, quien al introducirse en el acuartelamiento vio como algunos conocidos doctores intentaban auxiliar a varios individuos tendidos en el patio del mismo, donde se podían apreciar también unos cinco cadáveres.
Hechas las indagaciones pertinentes, el periodista cuenta cómo, tras solicitar la rendición los encerrados, sobre las diez y diez, se abrió la puerta del Repuesto, comenzando éstos a salir formados en una fila que encabezaba Alfonso Ros portando bandera blanca. Al parecer, cuando cerca de la mitad se encontraban ya en el patio, alguien hizo ademán de enfrentarse a los guardias, produciéndose un tiroteo en el que se registraron varios muertos, entre ellos el comandante Ros, retrocediendo los demás hacía el Repuesto, donde posteriormente se entregaron.
Ninguno de los muchos comparecientes en el consejo de guerra explica con claridad lo sucedido, por lo que podemos suponer que fue así o que uno de los sitiadores entendió mal un movimiento y el primer disparo trajo el resto. Éstos podían querer vengarse por la muerte del guardia Fonseca, pero parece poco probable que se produjera un tiroteo indiscriminado sobre aquellos hombres ya rendidos, visto que quienes consiguieron salvarse fueron respetados y juzgados posteriormente, como sucedió con los oficiales. En el interior del Repuesto se hallarían los cuerpos de varios milicianos que habían decidido quitarse la vida antes de ser capturados.
Los detenidos en Santa Clara pasarían meses más tarde por un consejo de guerra donde se pidió la pena de muerte para veintiocho de ellos, que fueron ejecutados el 7 de diciembre. El guardia de Asalto Francisco García Álvarez, de 34 años y natural de Grado, que había resultado herido al salir del Repuesto, permanecería largo tiempo en el hospital, suicidándose tras ser ingresado en la cárcel modelo. Luciano Casas de la Fuente, por el contrario, persona de confianza del comandante Caballero, fue puesto como escolta al servicio de éste.
Juan Montiel Sánchez y Antonio Hernández Ribes, los dos oficiales apresados tras la toma del cuartel, serían también juzgados y sentenciados a muerte, condena llevada a efecto en La Coruña el 27 de enero de 1938. Para su fusilamiento se nombró una compañía de Infantería que les rindió honores, siendo conducidos al lugar de ejecución y ajusticiados por fuerzas de Seguridad y Asalto.
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